◢ Alú Rochya
Podría haber sido el matriarcado en vez del patriarcado, y la cosa iba a resultar más o menos en lo mismo. Toda unanimidad es burra. Pero fue el patriarcado, una mentalidad que no es específica de un género. En verdad se trata de un paradigma que puede corromper a cualquier persona. La mentalidad patriarcal es pasión por la autoridad, por el ego; es un complejo de violencia, excesos, voracidad, conciencia aislada y egoísta, insensibilidad y pérdida de contacto con una identidad más amplia, más profunda, más completa, que anida en el propio ser espiritual, en su médula, en su esencia. Y esa mentalidad se manifiesta en la relaciones de dominio-sumisión y dependencia, tanto en la conducta de hombres como de mujeres.
Rígida, normativa, autoritaria, la mente patriarcal -materialista y consumista- es la búsqueda insaciable de resultados y ganancias a corto plazo a través de su credo mayor: la competencia -que después deviene en confrontación y, finalmente, en guerra.
Ese paradigma es el que ha construído -y destruído- la sociedad humana, arrastrándola a un callejón sin salida. Y por no tener por donde seguir, este sistema ha encontrado su límite final. Su andamiaje argumental se ha puesto en entredicho y sus bases y estructuras comienzan a crujir, anunciando el desmoronamiento. Un sistema incapaz de proveer, de mínima, agua, comida, techo y amparo afectivo absolutamente a todos los habitantes del espacio que dice controlar, evidentemente ha fracasado. Y en la inercia, al igual que las frutas caen de maduras, fatalmente será reemplazado por otro paradigma y otro sistema.
Ese nuevo paradigma no nacerá de la nada sino transformando el actual. No es prendiéndole fuego a una civilización que se echa las bases para levantar otra. El actual paradigma es pura energía yang, lo masculino y debe ser equilibrado con la energia yin, donde fluye lo femenino. Energéticamente, eso ya está aconteciendo en todos los rincones del globo y se expresa de modos diversos. La humanidad precisa alinearse con ese flujo, colaborar protagónicamente con ese movimiento de transformación, multiplicando la energía yin.
Hoy tenemos un asfixiante exceso de energia yang. Mucho macho, mucha acción, mucha dureza, mucha geometría, mucha competencia, demasiada testosterona. Hoy el ser humano necesita feminizarse, ser un ser más femenino. Más amplio, más curvo, más blando, más húmedo, más fresco, más receptivo, más floral, más colaborativo.Para compensar así el excedente masculino y poder encontrar la completud de sí mismo que tanto procura en otros.
En ese proceso de feminización es obvio que las mujeres están para cumplir un papel clave, como vectores de la energía yin. Pero no será en la guerra con lo masculino que se logrará feminizar a la humanidad. La guerra de los sexos es el nombre que se le dió a una peregrina teoría evolutiva de elección sexual por antagonismo, donde hembras y machos disputan una supremacía en orden a garantizar la descendencia. Cuando la hembra se impone, el macho busca la revancha y cuando éste lo consigue es la hembra quien va por el desquite. Y en ese ida y vuelta sin fin se desarrolla una carrera armamentista.
Imposible feminizar el mundo haciendo valer la lógica machista de la confrontación.Por el mismo camino se termina en el mismo lugar. Guerra y muerte son casi sinónimos, lo femenino rima con erotismo, con vida.
Tampoco será promoviendo un imaginario que proyecte un gueto cultural poblado sólo por mujeres. Si bien el proceso de reconocimiento y autoafirmación de los humanos-hembras requiere en una primera instancia un ejercicio de congregación entre semejantes, trazar una línea de frontera con los hombres resulta altamente contraproducente.
Lo primero que se provoca es un aislamiento que hace de las reivindicaciones de las mujeres una cuestión sectorial (esas cosas de minas, viste?) y no de la sociedad en su conjunto, lo que debilita el objetivo de feminizar a todos los seres humanos. Una utopía que debemos alimentar es poder ver que la hembra que llega a un hospital encarando la traumática interrupción de un embarazo lo hace acompañada, abrazada -y en lo posible amada- por el macho que depositó el espermatozoide en cuestión. No es una cosa "de minas" como tampoco es un trámite. Se trata de una impactante experiencia humana procesada por el sensor de alta sensibilidad de esas dos almas.
Menos aún aportará la simple y llana eliminación del "enemigo". Al final de una marcha por la legalización del aborto, pude ver la mano temblorosa de una muchacha agitando un aerosol que dejaba estampado en una esquina este breve clamor: Muerte al macho! El fúnebre ataque sólo estimula a los hombres a atrincherarse en sus creencias erradas, temerosos de perder espacio, protagonismo, identidad y, tal vez, hasta la propia vida.
Y de yapa, esa machofobia adolescente resta mérito y credibilidad a aquellos corajudos hombres que, silenciosamente y en pequeños grupos, se han lanzado a olvidar todo lo aprendido y a formular los argumentos espirituales de una nueva masculinidad, más femenina, más integral.
Sin perder la combatividad ni los ejercicios catárticos de los movimientos feministas de las últimas décadas, resultaría recomendable que las mujeres mantengan, expresen y apliquen las caraterísticas de su naturaleza, la energía yin/femenina, apelando a la paciencia persuasiva y la fundamentación con argumentos reveladores acerca de las ventajas que la feminización también traerá para el humano-macho -y, por ende, para el conjunto de la humanidad- incentivando así a los hombres a ser partícipes necesarios y activos de esa imprescindible transformación, para caminar juntos, de manos dadas, sin divisiones ni fronteras, potenciando la fortaleza de ese movimiento.
Promover un humano más femenino no es un reclamo de faldas y taco alto sino una necesidad, un compromiso y una tarea a ser asumida por todos. Al final de la saga, toda esas denominaciones que diferencian sexos y géneros desaparecerán. Surgirá un humano más integrado y total, constituído por lo yang/masculino y lo yin/femenino.
Todo está compuesto por esas dos energías. Cuando una de ellas impera sobre la otra se produce el desequilibrio. Ambas energías deben estar jugando entre ellas en un movimiento alternado de expansión y contracción, según las circunstancias y necesidades, en una luminosa danza cósmica. Así seremos más armónicos y más eficientes. Y viviremos más en paz, con más amor, en una sociedad que nos ampare y nos abrigue a todos por igual.✤
Em tese, o ego (corpo + personalidade) é um ator que desenvolve, no teatro da vida planetária, uma personagem provisória que representa aquilo que verdadeiramente somos em todo e qualquer canto do Universo: um alma, um ser espiritual, um ser de luz.
Como alma, chegamos à Terra com um propósito e um roteiro. Viemos a apreender coisas para nos aperfeiçoar, pois esse é o sentido eterno do Universo, a evolução sem fim. Também temos que deixar por cá o muito ou o pouco que já sabemos, para assim colaborar com a evolução de outros, do mesmo jeito que outros, direta ou indiretamente, colaboraram com nós.
Para fazer realidade isso, aqui precisamos de um ego/personagem que nos expresse cabalmente frente ao mundo. Todos somos seres espirituais vindos de outros planos galácticos e vibramos numa frequência mais veloz e por isso somos etéreos, invisíveis. Como fazer para poder ter uma experiência no plano terreno e interatuar com os demais seres do planeta? Com um corpo mais denso e que por isso vibre mais devagar e se faça visível. E com um cérebro que ordene a esse corpo as ações necessárias para que a alma possa desenvolver seu roteiro.
As formas do corpo, o modo em que ele se movimenta, o jeito com que atua, as roupas que veste, as atividades que pratica vão construindo e desenvolvendo uma personalidade que, na teoria, deve traduzir exatamente a alma, como ela é e o que ela quer. Essa personalidade ou personagem que nos representa é o veículo que nos leva e nos traz e que chamamos de ego.
Então, o meu ego é uma chave para fazer minha passagem por cá. Mas, amiúde, o meu ego acaba sendo um ator muito ruim. Para andar por esse mundo fora e conseguir ser funcional ele se copia muito dos demais e acaba parecendo pouco comigo. Porque? Porque eu, alma, deixo que ele vá atrás dos padrões da sociedade enquanto eu fico escondida. Mais ainda, porque se eu venho a fazer o meu vou ficar escondida? Porque o sistema que controlava o mundo impus padrões, formas de ser e de se comportar e se a gente fugia dos padrões era (ainda é) castigada, marginalizada. Então eu, alma, tenho medo de ser como sou, porque eu não sou tipo padrão, eu sou diferente.
Compreendido. Tudo bem. Mas, na verdade, como sou única e irrepetível, eu sempre serei diferente, não tem jeito. Ou sou o que sou ou vou muito sofrer. Compreendido. Mas mesmo assim, muitas vezes não consigo porque acredito pouco em mim.
Então? Ai é que vem o tal de amor próprio.
Preciso me amar. Porém, me amar não é exaltar o meu ego, me amar por fora, amar minha personalidade, mas recuperar a identificação com a minha alma e o contato direto com ela e tudo aquilo que levo por dentro. Preciso me reencontrar com ela, comigo mesma, para me reconhecer, me descobrir. Preciso sair de todos os armários e da armadura, liberar-me dos padrões de fora para sentir tudo isso invisível que sou por dentro, para saber o que estou fazendo por estas pampas, o que é o que eu desejo experimentar, vivenciar.
Amar a si próprio é respeitar essa essência sagrada que eu sou. Tratando e cuidando dela como se fosse uma criança. Me responsabilizar por mim, sem esperar que alguém chegue para me amar. Claro que é maravilhoso ser amado por outro, porém isso é uma bela possibilidade e não uma necessidade. E eu vou saber como me amar melhor que ninguém por uma razão óbvia: quem sabe de mim sou eu.
Amor próprio é acatar na carne o mandato divino da alma. Colocar meu ego/personagem ao serviço de meu ser espiritual, esse secreto que amo incondicionalmente. E por amor, tento iluminar suas assustadoras sombras com minhas reveladoras luzes. Fazendo comigo o movimento de expansão que o Universo faz com ele próprio. Me alinhando com ele em vez de andar caminhando na contramão.✤
AR
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad...
-Divididos-
... Que las cosas no son sino como se ven
-Don Argañaraz-
◢ Alú Rochya
El tercer ojo, de Lobsang Rampa, es un libro lanzado en 1956 que se convirtió en un arrollador best seller, vendiendo más de 300.000 ejemplares en apenas 18 meses y siendo permanentemente republicado hasta el día de hoy en diversos idiomas. El autor es un monje tibetano reencarnado en un ciudadano británico y cuenta su experiencia entre los budistas del Tibet, donde le fue abierto un tercer ojo que le permitía ver el aura de las personas. Con ese don, pasó a ser un inestimable consejero del Dalai Lama, percibiendo si aquellos con los cuales trataba el líder espiritual eran individuos "buenos" o "malos".
La glándula pineal, que es llamada también de tercer ojo, es una pequeña glandula endócrina localizada en el epitálamo, en el centro del cerebro, entre los dos hemisferios, que modula los patrones de sueño en los ciclos llamados circadianos, entre otras funciones.
René Descartes afirmaba que la glándula pineal era la "morada del alma". En esa línea, fue Madame Blavatski, fundadora de la teosofía, quien relacionó la glándula pineal con el concepto hindú de tercer ojo o Ajna chacra, que nos permitiría alcanzar una visión de la existencia sobrepuesta a nuestra realidad reconocida por consenso.
Para los terapeutas holísticos que trabajan básicamente manipulando canales y vórtices de energías, como meridianos y chacras, los atributos básicos del tercer ojo (sexto chacra) son la intuición, clarividencia, telepatía, autoconocimiento. Y está ligado al amor celestial y a todas las formas de vida.
Una vez sometido a la cirugía que le abriría un canal en su cabeza para disponer de un tercer ojo ubicado entre ceja y ceja, uno de los médicos le dice a Lobsang Rampa: "Ya eres uno de los nuestros Lobsang. Durante toda tu vida verás a las personas como son y no como pretenden ser".
La capacidad sensorial despertada en el monje a mediados del siglo 20 ya no es patrimonio exclusivo del mundo esotérico. Hoy, cada día, más gente entre nosotros comienza a protagonizar experiencias clarividentes. La pregunta del grupo de rock Divididos, ¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?, cuando la mentira es la verdad, ya puede ser respondida por personas guiadas por lo que suelen llamar de sexto sentido -y que no es otra cosa que la intuición. La clarividencia, como la clarisintiencia, están comenzando a actuar como un detector natural, orgánico. Cuando la mentira es la verdad, las personas consiguen intuirlo. Aunque todavía no puedan percibir detalles, pueden sentir que le están mintiendo.
Es como le decía Morfeo a Neo en la película Matrix, "... tú sabes algo, aunque no puedas explicarlo lo percibes... Sabes que hay alguna cosa que no funciona en este mundo".
La actual sociedad humana es esa Matrix, una matriz de ilusión, una telaraña cargada de informaciones falsas que hace que todo el mundo se mueva en base a conceptos de una realidad que, paradójicamente, no es real. Vivimos en un hagamos de cuenta que, como un jugar de mentirita en una rueda de acontecimientos que gira a toda velocidad y no nos da tiempo de parar y constatar, de parar y reflexionar, de parar y sentir, de parar y ver... qué es mentira y qué es verdad.
Imaginemos una escena: al final de la jornada, al ómnibus que nos lleva de vuelta a casa, sube un policía, con su uniforme de policía, su gorra de policía, sus borceguíes de policía, su arma de policía...
... Qué ven los pasajeros cuando lo ven?
- Unos ven una amenaza. Al final, los policías actúan en representación de la ley y muchas veces hacen uso de la violencia para hacer su tarea, portan armas letales y, a menudo, muchos de ellos no tienen la preparación psicológica necesaria para ponderar el uso de la fuerza. Esos unos piensan: andá a saber como es este tipo, en una de esas pasa algo, el tipo se descontrola y acaba matando a alguien, tal vez a mí.
- Otros, evocan su odio por la policía. Entienden que todo policía forma parte de un mecanismo represivo, que tiene como objetivo mantener el orden social de un sistema controlado por un pequeño grupo de poderosos que somete a la gente común, como la que viaja en ese ómnibus. Esos otros sienten repulsa por el policía pues lo ven como un carcelero, alguién que les roba la libertad y los condena a elegir entre seguir sometiéndose o rebelarse e ir a la cárcel o hasta ser muerto.
- Algunos, que regresan con el lomo dolorido de sus trabajos mal remunerados, sienten desprecio. Ven al policía como ven a todos los policías: como gente vagabunda, enemiga del trabajo, que prestan servicio durante 24 horas y se rascan durante 48, laburando unos 10 u 11 días al mes. Para esos algunos, los policías son todos corruptos, ganan un sueldo legalizado y, por afuera, suman dineros extras de coimas, chantajes, vistas gordas y hasta de participaciones directas en actividades ilícitas, sin olvidar la pizza y la coca nuestra de cada día. Y encima, son recurrentes abusadores de su autoridad, sintiéndose por encima de la ley que representan y hasta con licencia para matar.
- Finalmente hay quienes ven al policía como una especie de protector, alguien que con su sola presencia podrá disuadir a cualquier pasajero con intenciones non sanctas. El viaje, que atraviesa zonas de bolsones de pobreza y violencia, quizás puede ser más tranquilo, menos incierto. Estos pasajeros ven al uniformado como parte de una institución que representa el orden, el bien que los protegerá del mal.
Y tú, que ves, cuando ves a ese policía?
Como ves, cada quien no ve al policía sino a su concepto sobre el policía y la policía. Tienen una visión mental. Todos los argumentos de cada mirada tienen asidero en la vida real, todo eso que se imaginan está constituído por fragmentos de la realidad que acontece con policías, en las instituciones policiales. Esos fragmentos están organizados como bloques en la cabeza de cada uno como a cada uno se le ocurre, según el mambo mental de cada uno, sus miedos, sus odios, sus resentimientos, sus marcas.
Pero, en realidad, nadie conoce a Juan, el policía que acaba de subir al ómnibus. Juan es Juan Salvador Oreba, el quinto hijo -de un total de siete- de Julia del Valle Tapora y Cristóbal Oreba. Juan se crió en las pacatas calles de tierra colorada de Panambí, un pueblito del interior de Misiones donde el verde es más verde, el agua más agua y el cielo más azul. Creció jugando juegos de chico, jugando a ser grande, navegando en su inocencia, amparado en el dulce e indulgente amor de su madre que quiso bautizarlo con ese nombre después de descubrir el mensaje de libertad que brotaba de un libro olvidado en un banco de la plaza -seguramente por algún turista distraído: Juan Salvador Gaviota. Ella había quedado fascinada con esa obra. Porque, Tapora, su apellido guaraní, significa eso, gaviota. Y porque la libertad que le enseñaba a sus hijos era para ella la mayor gracia que podía tener un ser humano. "Y yo no tengo otras cosas para darles", decía.
Pobre pero honesto. Ese era el lema innegociable con que don Cristóbal pretendía señalarles a sus hijos un horizonte recto. Y así, Juan se hizo un hombre libre y honesto. Y ya hombre, se casó con Luciana, el único y gran amor de toda su vida. Con ella, un día decidió romper los límites estrechos de su terruño natal y emigró hacia la gran ciudad, la contracara metropolitana de su candoroso pueblito. A descubrir mundo, a probar suerte, a encarar desafíos. Y como de chico lo divertía más jugar al ladrón pero siempre quiso ser policía, se metió a serlo.
Juan vuelve a su casa en ómnibus porque el sueldo de policía no le alcanza para otra cosa ni recibe "extras" por afuera. En su barrio, es un vecino querido y respetado, simplemente porque le viene de vuelta lo que él da. Ya es padre de una niña y un niño, a quienes cada mañana les prepara el desayuno y los acompaña hasta la escuela. Por las noches le roba horas al sueño y se priva del tibio abrazo de su amada Luciana, estudiando las materias de la licenciatura en Gestión Ambiental. Proyecta hacer el viaje de regreso a su tierra, para cuidar de ella. Pero todo eso, en el ómnibus, nadie lo sabe. Como tampoco saben que su apellido, Oreba, es una herencia del linaje guaraní que recibió de su padre y de sus antepasados y que significa uno de nuestra tribu, uno de nuestra gente, uno de los nuestros. "Uno de los nuestros", como le dijeron a Lobsang Rampa.
Y ahí va la pregunta otra vez: Que ves, cuando ves a ese policía? Lo ves a Juan tal como es, uno de los nuestros?
No es fácil ver con el alma. Tenemos que desaprender lo aprendido y recordar lo olvidado. Atravesar los velos del engãno y la ilusión, ese mejunje de conceptos simplotes, ideas berretas, lógicas infantiles y miedos varios que nos mantiene enredados mentalmente a la telaraña de la Matrix, sus dictados, sus patrones.
No es fácil, no. Pero podríamos empezar por no hacer suposiciones. Las suposiciones son un ejercicio mental alimentado por memorias archivadas en nuestro cerebro que contienen hipótesis, juicios, opiniones formadas. Ante la aparición de un disparador -por ejemplo, un uniforme policial- todo ese mar de abstracciones hace sinapsis y genera una lectura de la realidad que no es precisamente la realidad. No hacer suposiciones es observar que sube al omnibus "uno de los nuestros" con un uniforme de policía. Punto. Aquí el cerebro sólo habrá funcionado para convertir en una foto los datos que le envía el nervio óptico. Punto.
Uno de los nuestros, es decir, un humano que, aparentemente, trabaja como policía. Es todo. No sabemos más nada de él. Por qué ponerse, entonces, a darle vía libre a la imaginación y los prejuicios que afloran en nuestra mente? En su barrio, en su familia, en su trabajo, seguro lo conocen y lo tratan por lo que es, sea lo que fuera. Pero nosotros, arriba del ómnibus, no tenemos la menor idea.
Si logramos eso, si evitamos el aluvión de ocurrencias que nos intoxica en segundos la cabeza y esta, a su vez, nos intoxica la sangre, tal vez podamos pasar al siguiente paso: ver con el alma, con la glándula pineal, con el tercer ojo. Ese ver es en realidad un sentir pues estamos usando una energía que detecta y contacta otras energías. Esas energías están cargadas de información. Y entonces, ahí vamos a ver otra cosa, algo diferente por atrás de la apariencia, algo parecido con la esencia del asunto, con lo que es, lo que verdaderamente es. Y tal vez, ni siquiera veamos al ser humano sino a un ser espiritual. Y así, seremos un alma viendo otra alma, tal vez angelical, tal vez diabólica, pero lo que es.
En estos tiempos, donde las bellas y eficientes herramientas de la comunicación global como internet, televisión, redes sociales son utilizadas para encubrir lo que es, para ocultar la verdad, para vender ilusiones, se hace imprescindible ver que hay atrás de lo que nos presentan, de lo que se ve en esa apariencia. Las dulzonas y aduladoras palabras de un galanteo, las firmes y altisonantes promesas de un político, las irresistibles tentaciones de compras de la publicidad, el llanto seco de una muchacha que denuncia por la tele un supuesto abuso, las confusas explicaciones del técnico de fútbol justificando una derrota, la consabida frase "lo hago por tu bien" o la victimización de un damnificado suelen esconder, detrás de la fachada de cartón la realidad de lo que es en realidad, muchas veces lo contrario. De igual modo actos, palabras, gestos, decisiones que nos parecen crueles, agresivas, infundadas, injustas pueden contener, por trás de la apariencia, bendiciones inimaginadas.
A quitarnos las vendas, entonces, a aprender a ver con el corazón para poder trascender lo que está en la superficie, evitar que cualquiera nos engañe y ver la verdad de las cosas. Un pan presentado ante tus ojos como un lindo pan parecerá, claro, un buen pan. Pero sólo sabrás si en verdad es bueno cuando a la hora de comerlo puedas percibir lo invisible. El buen pan sabe a campo, a semillas... tiene el aroma de la masa madre y de la harina, es decir, de su esencia, de eso que no captamos con nuestras retinas. Porque, ya se sabe, lo esencial es invisible a los ojos.✤
..............................................................................................................................
más información