La humanidad tiene frente a sí al menos dos grandes desafíos en este nuevo milenio: uno, reconciliar nuestro ser material con el ser espiritual y dos, reconciliar las necesidades individuales con las necesidades colectivas. Al primero le llamaré “la reconciliación entre la economía y la espiritualidad” y al segundo “la reconciliación entre yo y el otro”.
Debido a que no hemos conciliado estas dos dimensiones de la vida humana, nos encontramos en guerra, exclusión social, sufrimiento, desilusión, ira, incapacidad de avanzar y muchos otros males.
Cada vez más vivimos en una sociedad globalizada. Nosotros vemos más sus resultados e influencias de lo que entendemos sus aspectos más transcendentales. Así es como sabemos que estamos globalizando a nuestras economías mientras que también nos damos cuenta que no se están globalizando las sociedades, los pueblos. Esto es el resultado de una fuerza exagerada que ejercitan la economía y las finanzas sobre otras dimensiones de la globalización como son, por ejemplo, las dimensiones ambientales, políticas, sociales, culturales, institucionales, humanas y espirituales.
La globalización decidió un diseño que fuera el resultado de los incentivos económicos y financieros; y aún los aspectos culturales, por sólo mencionar un ejemplo, se integran en torno a esos incentivos económicos y no a los culturales propiamente dicho. Como consecuencia, hemos entrado en un proceso en que hay culturas muy dominantes que hacen desaparecer lenguajes, pueblos, patrones culturales, sabiduría autóctona y diversidad, a todo nivel. Un mundo que se mueve rápidamente hacia la uniformidad en nombre de la eficiencia económica y financiera.
En muchos ámbitos, ésto se ha traducido vulgarmente como “lo que no se vende con una amplia ganancia, simplemente no sirve”. La competitividad –un elemento lúdico realmente importante en nuestras vidas– se transforma en un bumerang de proporciones negativas incalculables. En otros ámbitos, esto se ha traducido en crecimiento económico primero, y protección del medio ambiente después.
Toda globalización
es el ámbito mas claro
de lo colectivo.
Como la economía y las finanzas son la fuerza motriz del materialismo de mercado, esto también se ha traducido en algo de un profundo significado sutil: “satisfaga sus necesidades materiales primero, y las necesidades espirituales después”. Otra manera de decir que la espiritualidad es el lujo de los que son ricos materialmente. Y así debilitamos a los pobres materiales y los sumergimos en el paradigma del mercado para asegurarnos que entran a este paradigma sin identidad propia, y los transformamos, por ejemplo, en "las masas obreras" o "las masas de consumidores".
La mayor parte de la gente ve a la globalización como un tren de alta velocidad, imparable y cuya atual dirección es inmodificable. Y a medida que esto penetra las mentes de la gente, las personas se retiran cada vez más de los espacios en que últimamente pueden ejercer alguna influencia en los ámbitos antes señalados. Es así como se concentra la riqueza en manos de unos pocos y se radicalizan los procesos sociales y humanos. Observemos a Irak y Afganistán como ejemplos recientes. Más dramático aún es el ejemplo que nos dio el genocidio en Ruanda donde millones de personas perdieron la vida. Los incentivos existentes van en la dirección a continuar estos procesos de radicalización.
La globalización hoy está guiada, de manera errada, por valores estrictamente individuales, ya que, por el contrario, toda globalización es el ámbito mas claro de lo colectivo. Hablamos de una ‘villa global’ pero no funcionamos con valores colectivos y globales para hacer que los que viven en dicha villa tengan posibilidades de éxito o mínimamente de sobrevivencia. Los valores que guían a la libre competencia, al comercio internacional y al intercambio de bienes, servicios e individuos son eminentemente personales y egoístas. Estos valores se esconden detrás de la figura de un gobierno, o de una corporación internacional, dando un dejo de movimiento hacia lo colectivo.
Eso es solamente la pantalla. La cosa de fondo es un individualismo extremadamente fundamentalista. Como resultado, vemos la exclusión de millones de personas que forman la masa de pobreza, miseria y hambruna en todo el mundo, incluyendo el mundo de los países llamados industriales o desarrollados.
Los valores del colectivo –como son los de amor, compasión, fraternidad, igualdad, entrega, servicio, etc– son básicamente olvidados. Por lo tanto, a pesar del debate que podamos tener acerca de nuestras realidades colectivas, en la práctica lo colectivo es un residuo mal generado de las transacciones individuales. En suma, el óptimo colectivo no está siendo generado como la suma de los estados óptimos individuales. Algo más se necesita para alcanzar el óptimo colectivo.
Fracasar en la globalización –debido a la extrema pobreza, marginalización, erosión progresiva del poder de las grandes masas de población, inequidad económica y de todos los otros tipos, y mucho más– es simplemente fracasar en nuestro destino colectivo como humandad.
Este es el milenio de la globalización. Fracasar en lo global significará más guerras, conflictos armados y de otro tipo, sufrimiento y, en última instancia, significará la pérdida progresiva de nuestros avances y riquezas materiales. El avance material no es independiente del avance no-material.
Vivimos en una sociedad
materialmente rica
y espiritualmente pobre.
Los adelantos en nuestras sociedades son básicamente medidos en forma material. La forma más popular de hacer esto es a través de la medición de los productos geográficos brutos de una economía.
Todo depende del consumo material de bienes y servicios.Este milenio comenzó con un consumo cercano a los 30 billones de dólares. De estos 30 billones, los más ricos (el 20% de ingresos superiores) consume el 86.5% del total, mientras que los más pobres (el 20% más pobre de la población) consume solamente el 1.3%. Esos son los niveles de consumo que cuadran con la destrucción ambiental, la pobreza y miseria y tantas otras falencias que nos toca vivir como generación.
No tengo nada en contra de lo material ni de que hayan ricos en una sociedad, sería muy ideal pensar que todos deberíasmo ser iguales. Lo que sí quisiera decir es que las inequidades están aumentando significativamente, haciendo de nuestro mundo colectivo un ámbito sumamente frágil.
Lo importante es saber qué nivel de conciencia tienen aquellos que poseen la mayor parte de los bienes materiales. Cuál es la conciencia humana de aquellos que tienen el poder y la influencia sobre los adelantos tecnológicos.
La conciencia humana es la clave y, a la vez, el puente que une lo material con lo espiritual. No podemos vivir en una asimetría entre un altísimo nivel de bienestar material con un bajo nivel de conciencia. Es aquí donde, nuevamente, debemos enfocarnos en el ámbito de lo individual y de lo colectivo, ya que sólo a mayores niveles de conciencia será posible integrar lo individual con lo colectivo. Y es allí donde se empezarían a tomar decisiones que fuesen más cercanas al nivel óptimo de bienestar en el campo de lo colectivo.
Los modelos que nos impone la globalización son esencialmente dominados por un paradigma de la riqueza material y de la pobreza espiritual. Lo espiritual no aparece como una dimensión relevante en los modelos económicos o sociales. La espiritualidad es hoy en día muy mal entendida, y como tal, se la excluye de las decisiones públicas. Pero un desarrollo económico y social sin espíritu es como una realidad artificial y vacía, sin identidad interior, sin un compás que muestre la dirección apropiada.
Sin embargo, hay leyes universales que debemos entender y practicar a la letra. En particular, que la riqueza material esta íntimamente ligada y es dependiente de la riqueza espiritual. Lo material no existe sin que todo esté ligado a lo no-material. No se trata de un visión espiritual, hoy en día hay muchísima evidencia científica que demuestra que la fuente de la materia es la no-materia. Por lo tanto, es cuestión de tiempo para que se vea el colapso de aquellas sociedades que sólo están en el camino del materialismo desarrollista.
La tecnología, que está a la base de dicho avance materialista, depende de la inteligencia humana. Y la inteligencia humana depende de los estados de conciencia que son capaces de manifestarse en forma material más avanzada. Altos niveles de avance material tienen que ir acompañados por necesidad de más altos niveles de conciencia espiritual.
Esto nos lleva a proclamar
“La sociedad del 200%”.
Esta es una sociedad que es rica en ambos ambientes: lo material y lo espiritual. Más aún, en esta sociedad del 200% el ámbito de lo material y de lo colectivo son uno solo. Esto se da a través del reconocimiento y de la práctica de la interdependencia humana y de la interdependencia de todos con todo. Es este principio de interdependencia que también nos lleva a desarmar la falacia de que podemos desarrollarnos sólo individualmente, sin hacer avanzar el desarrollo de lo colectivo.
En conclusión, no hay nada material que no tenga origen en lo espiritual, ni nada espiritual que no se manifieste materialmente. Más aún, no hay nada que signifique avance individual independiente del avance colectivo.
Por lo tanto podemos avanzar aquí un principio fundamental de la espiritualidad: cada uno avanza en lo personal para darse por entero al servicio de lo colectivo. No existe espiritualidad de lo personal exclusivamente, excepto como una forma de fetichismo. Pero eso no es espiritualidad
¿La economía espiritual es posible? Para responder a esta pregunta tendríamos que empezar por señalar lo siguiente: mucha gente ve a la economía como la demostración practica de lo material. Ven a la economía y la espiritualidad como dos posiciones extremas en la vida humana. Esto es simplemente el resultado de un error del intelecto.
La economía es una colección de diversos valores usados por la gente para aplicarlos en condiciones de escasez material. La economia es la ciencia de la escasez. Es la ciencia que explica o predice el comportamiento humano bajo condiciones de escasez.
Si los valores son individualistas, como se notó anteriormente, entonces el comportamiento de las personas bajo condiciones de escasez serán muy distintas a una situación en que los valores son colectivos. Es simplemente una cuestión de valores y por lo tanto, nuevamente, una cuestión de niveles de conciencia humana.
La evolución humana nos esta llevando cada vez más hacia la integración de valores humanistas y espirituales en la economía. Cuando la economía se rija por dichos valores comenzaremos la práctica de la economía espiritual. Esta es la economía del futuro. Esta es la economía que integrará los ámbitos materiales y espirituales, individuales y colectivos. Un camino inevitable para la humanidad dadas las situaciones de conflicto, inequidad y destrucción ambiental y social que estamos experimentando.
Para que los cambios propuestos aquí se materialicen se requiere de una revolución profunda de los valores que rigen a la globalización, de un compromiso profundo en el ámbito político y social y de una nueva forma de liderazgo que abrirá los caminos necesarios para el verdadero cambio. En general, podemos decir que la transformación humana o es el fiel espejo de un consenso pacifico o será el desgraciado resultado de nuevas guerras y conflictos. La decisión es nuestra.✤
* Alfredo Juan Sfeir-Younis es un economista, ecologista y guía espiritual chileno. Ocupó varios cargos en el Banco Mundial, donde fue considerado el primer economista ambiental.
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