Animal de galaxia

By Alú Rochya - abril 16, 2022


Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. 
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
- Jorge Luis Borges -

 ◢  Alú Rochya 

El axioma es tan simple como certero: estar en este mundo sin ser de este mundo. Una perla de la doctrina sufí rescatando la tarjeta de presentación de Jesús ("mi reino no es de este mundo"). Breve, redonda, perfecta, brillante, la frase encierra una síntesis magistral de lo que pretendieron explicar millones de palabras atesoradas en los denominados libros sagrados.

Apenas 9 vocablos constituyendo un cartel luminoso que constrasta con las sombras en las que se fue desvaneciendo el objetivo original de las religiones: re-ligar el alma -extraviada en el territorio laberíntico y limitado de la carne- con el infinito flujo espiritual, con el hilo de plata que la conecta con la fuente esencial y por ende con todo el universo. Mantener al ser humano ligado a la conciencia cósmica. 

El cosmos tiene conciencia de si y eso le permite, por ejemplo, hacer uso de su magistral inteligencia  para meterle armonía a la danza de los astros sin que ninguno se pise ni choque con otro. Ligado a esa conciencia, el ser humano no se sentiría desdichadamente separado del cosmos en su prisión de carne y hueso y tampoco buscaría -como lo hace- aventar la desdicha creyéndose, con arrogancia antropocéntrica, la única especie de su tipo en el universo.

Estar en este mundo sin ser de este mundo. El mensaje es más o menos el siguiente: juega con la tierra, pero aún tapado de polvo, hecho polvo, acuérdate que no eres sólo tierra. Eres, ante todo, el jugador. Métete en el lodo, chapalea en el barro, y aún cuando salgas cubierto de barro, hecho barro de los pies a la cabeza, recuerda que no eres apenas el barro, recuerda que el barro lo hace, lo mueve, el jugador. El jugador trae/lleva en si la esencia del ser humano.

El humano está hecho de humus, de tierra negra, tierra fértil, y el jugador -invisible, transparente- es el portador de la semilla/alma, el que trae el proyecto del fruto, de lo que viene a florecer en la Tierra. El jugador trae en la semilla la esencia del Ser, el espíritu del Gran Espíritu, la energía del cosmos que quiere probarse y revelarse germinando en el humus. El jugador es el medio para que el mismo cosmos pueda jugar y experimentarse en la condición humana, en los valores y disvalores, virtudes y defectos, abundancias y carencias, bellezas y miserias, luces y sombras del terráqueo. 

El humus -ya hecho carne- es el medio/vehículo del jugador/alma invisible. El humus es todo lo que se ve. Como el gesto tierno de una madre, el abrazo apasionado de un amante, el puño en alto del vencedor, la cabeza gacha del derrotado. Todo eso que se toca. Como el hombro de un amigo, el pecho de una mujer o la frente de un niño. Lo que se huele, como el singular aroma de la piel de un bebé o un excitante prófumo di donna. Todo lo que oímos, como un grito desesperado, un aplauso eufórico o el rugido inigualable de una tribuna anunciando un gol. Lo que se saborea, como las aguas amorosas de una ninfa, el ardiente falo de un amador, las lágrimas saladas de una amargura o el postre que nos entrega las manos sabias de la abuela.

Lo que se ve es lo que la carne-ojos, la carne-oídos, la carne-boca, la carne-mano, la carne-nariz registra y procesa, como datos concretos de la realidad concreta, material, terrena, de este mundo. Los sentidos primarios que nos posibilitan sentir las experiencias del paso breve y circunstancial por este planeta.. Pero lo esencial es el resultado de todo eso, lo que nos pasa con todo eso, lo que sentimos con todo eso, el significado de todo eso, el sentido ultimo de todo eso.

Si el postre de la abuela es procesado apenas con el sentido del gusto no pasa de una colación, una mera golosina, que bien puede fabricarse en serie por desconocidos operarios y comprarse en la delicatessen de la esquina. El postre de la abuela será realmente el postre de la abuela cuando llegue al fondo de mi corazón.

Porque, en verdad, el postre de la abuela cobra un significado especial casualmente porque lo hace la abuela. Y cuando la abuela nos sirve esa singular sobremesa, en ese platillo nos trae un mundo inmenso, infinito, pletórico de sentimientos, imágenes, emociones, sensaciones que pasan por nosotros como una ráfaga sideral. Es mucho más que un sabor. Es toda la vida de la abuela traducida en olores, colores, dolores, ternuras, alegrías, decepciones, temores, bienvenidas, adioses, cariños, juegos, gritos, retos, ritos, travesuras, amparos, desamparos y un sinfín de símbolos y representaciones que nos llegan al alma, vaya a saber desde dónde, desde cuándo.

Todo eso que nos pasa, invisible a los ojos, es lo que el jugador percibe, lo que el jugador-esencia intuye, lo que el jugador-alma registra y procesa, como datos de una realidad intangible, misteriosa, de otro mundo.

Aura y carne. Alma y cuerpo. Libreto y personaje. Idea y acción. Proyecto y realización. Espíritu y materia. Un dúo sin igual. Una sociedad casi perfecta. 

No obstante ese "casi" hace que a menudo el dúo desafine, se disocie. Y en esa escisión, en esa separación, comenzamos a vivir la prometedora dualidad como una ambigüedad que nos confunde. Y en la confusión nos desesperamos y sufrimos.

Porque la dualidad es como una moneda, son dos caras de una misma cosa. Cara y ceca, cuerpo y alma, de un único e indivisible ser humano. Para conseguir algo no podemos entregar apenas una cara de la moneda, pues no sólo sería la mitad de la moneda, simplemente dejaría de ser una moneda y habría perdido así todo su valor intrínseco.

En el ajedrez de la vida el jugador (alma) es el que mueve la pieza (cuerpo). Así es, en cada plano del cosmos, ascendiendo en un espiral de infinitas dimensiones que empieza aquí, en este hombre de oscura tierra y llega allá a un punto de un Dios de luz, en el misterioso centro de nuestra galaxia. Y desde ahí, sube quién sabe adónde (¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?...).

Estar en este mundo significa asumir el cuerpo que tenemos y su maestría biológica como un instrumento (una pieza) que nos permite jugar el juego para alcanzar todo tipo de realizaciones. Sin ser de este mundo significa asumir el alma (el jugador cósmico) y su divino proyecto, que traemos desde algún allá para hacerlo realidad en este acá. Y regresar al allá siendo mejores, con nuestro diamante más pulido. Más evolucionados, más iluminados.

Vivir esta vida a pleno es mantenerse indivisible en cuerpo y alma. Prestar toda nuestra atención a lo que dice y pide el alma y con el cuerpo traducir esos sueños en realidades concretas. Saber que, en definitiva, acá estamos encarnados en un animal, pero que no somos de acá, en verdad somos una entidad de allá, un animal de galaxia.

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